El
amanecer de la conciencia
Mi
conciencia apenas despertaba
Cuando el
cuerpo de Caín
Tomó el
control.
Creí entonces
Que el cuerpo de Abel
Había muerto.
Ahora
Al término
del primer tercio de mi vida
Observo mi
esforzado cuerpo de Caín
Condescendiente
Comprendo que
nunca
Jamás ha
estado solo.
Intacto
Abel ha administrado el alimento
El agua, el
fuego interno, el silencio.
Imperceptible,
ha cultivado el conocimiento
Ha elevado
la oración, ha agradecido al sol,
A la luna,
A todos los seres del firmamento.
También Caín ha trabajado
Persistente, su culpa, su exilio, su batalla.
También Caín, a su manera, ha obedecido.
Abel jamás creyó ser “Mejor hermano”
Cada cuerpo aporta de sí a la labor
De ser mundo en este Mundo.
Caín es cuerpo mutable del Ser.
Conoce el enojo, la furia, la destrucción
Y la culpa.
Abel es cuerpo sagrado e inmutable
Es la fuerza de Caín
Su convicción.
Ahora Caín, cansado, busca el silencio.
Abel, cuerpo comprensivo,
Lo sustituye al mando.
La soledad de Caín no tiene nombre
Y los nombres que le han dado
Están sobrecargados de engaño vulgar.
Lo menos admisible en ese murmurar
Es que sus portadores se auto-atribuyen
El poder de comprender la voluntad creadora.
Lo segundo menos admisible es que,
Acto seguido, se abrogan la autoridad para
distribuir
Su engaño.
No tengo idea de lo que agrade a Dios
Pero sí sé que a mí no me agrada ese engaño.
No me agradan los difamadores de Caín.
No me agrada la ignorancia que promueven.
No creo el oxímoron del tal “castigo divino”.
Abel es el fundamento de Caín; no su enemigo.
Abel es la fuerza que le permite al Ser
Ir a conocer los límites y
El más allá.
Caín y Abel no son
hermanos
Su
falsa hermandad es el origen
De
nuestra esquizofrenia cultural.
Caín
y Abel son pilares mitológicos
Sustento
de la imagen del hombre.
Solo
un ignorante puede creer
Que
Abel sea la figura del débil
Y
que, por bueno, debe morir
A
manos de la fuerza del hermano.
Que
Caín sea el triunfador y que
El incesto sea la base de su éxito
Sólo
puede ser el efecto de un acercamiento
Malicioso
a los símbolos de la leyenda.
En el alma del
hombre habita la leyenda
Cuando
salgo a las calles, en busca del sustento, la sociedad me reclama que sea “más
Caín”; que no sea “tan Abel”. No es que no pueda entenderlos. Me siento a meditar, me doy a la
oración, le canto a la infinita fuerza divina que todo lo es y que a todo
anima; escucho latir mi corazón más pausado. Entonces surge Abel y parece tomar
una forma inesperada de la fuente de los pensamientos más puros; los que no se
recuerdan porque no se olvidan, los que no se olvidan porque no se recuerdan. Abel
es la capacidad de escuchar la voz divina.
Caín cierra los ojos y Abel los
abre. Abel se sumerge en el silencio. Caín sale a caminar el ruido de las
gentes, los pitos de las calles, las bocinas de los comerciantes, las máquinas
de los mineros, las balas de las guerras y los discursos de los falsos
políticos en sus falsas pugnas con sus falsos opositores. Todos ellos dan la
forma al mundo de Caín, convencidos de que ser Caín consiste en matar al
hermano y procrear con la hermana; todas ellas convencidas de que ser hermanas de
Abel es ser cómplices de su muerte, y sumisas al poder del criminal; de aquel a
quien suponen “más fuerte”.
Cuando
Caín y Abel se desdibujan, cuando libero mi ser de sus amarras mitológicas, cuando
experimento la integración de la conciencia, vuelvo al mundo y le digo: “que yo
no sea un Caín, según usted lo entiende, no quiere decir que sea un Abel, según
usted lo entiende”.
Por: Óscar Enrique Alfonso
Mayo 20 de 2016