El esposo
de la madre reta a aquel que no es su hijo
a un juego
bajo la intención de ilustrarle en las artes
de la guerra.
No obstante
que su adversario es un guerrero armado,
instruido
en las técnicas de reducir y, de ser necesario,
aniquilar
al oponente, el niño sin padre, intuitivo
e ingenioso,
disfruta la danza de la mente;
así, en
tanto se defiende, protege a sus peones,
a sus caballos, a sus alfiles…
sin
proponérselo, cerca a su atacante y está ya
a una jugada de vencer.
El niño es
demasiado niño para ver lo que sucede
por fuera del tablero: puedes ser
un buen
jugador; pero, en esto de la vida, ganar el juego
puede ser
perder la guerra. “El juego es lo de menos”,
piensa el militar quien se levanta de la silla, da un puntapié
a la mesa
y
sentencia: “cría cuervos y te sacarán los ojos”.