Sentir la ausencia de todas las maneras,
sentirla día tras día, sentirla
sin poder nombrarla.
¿Cómo usar una misma palabra
para todas las cosas en las que se manifiesta?
Porque, además, es evidente en cada cosa,
en cada momento; en ese gesto de mi rostro
cuyo origen ignoro.
Y pasar tanto tiempo sin saber que esta
ineptitud
para comprender la necesidad de espacio
propia de las otras personas es el efecto
de una emergencia particular de la misma
ausencia.
Creerse incapaz de amar, cuando
solo se trata de una nueva forma
de la memoria de aquella ausencia.
Saberse abandonado, aunque lleno de
Dios;
pero, abandonado. ¡Ay, qué dolor!
Y al mirar alrededor, de una, de otra y
de todas las maneras reencuentro
la ausencia:
Mis hermanos no lo son del todo.
Las pupilas de mi madre reflejan un
fantasma de lo que intenta olvidar.
¿Cómo iba yo a avanzar, si las huellas
de mis pasos se trazaban en la ausencia?
¡Mas, ahora ya lo sé!, y que están
mis manos
labrando, arando, orando, haciendo
tierra firme sobre la cual apoyar
mi propio pie;
este pie cuyos huesos y músculos,
y arterias, y sentido… tendré que hacer
por mí mismo, letra sobre letra.
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