Náufraga
Recuerdo que
encallaste en la arena,
Intacta; sin
siquiera un cabello quebrado.
Ellos te veían y no
podían notarlo; no te alimentabas,
Ni dormías. Te creían
inmortal. Pero tú conservabas tus ojos
Cerrados. No
respirabas; tu corazón permanecía inmóvil.
La gente vino hacia
ti; te llevaron con ellos. Desnuda,
Te sumergieron en el
agua del mar.
Limpiaron tus
piernas heridas, tu pecho cortado.
Inventaron que en
la batalla te habían arrancado la voz.
Que habías huido de
casa. Que inflaste de aire tu corazón
Y te entregaste al
océano. Nadie quería dejarte ir.
Inútilmente, se
esforzaban por abrir tus ojos. Desafiantes
Cuchillos habitaban
tu vientre. Saltaban, como peces,
Agujas y clavos. Pero
nunca llegó la voz que esperabas.
Recuerdo que todos
siguieron con sus vidas, como si
Nada fuese aquella
noche en que la risa se reveló llanto.
Cada día intenté
restaurar el aliento en tus pulmones
Pero estabas tan
llena de arena…
Intenté tantas
veces que dejaras tu peso en la hoja.
Tú solo querías
morir. Cada deseo, cada gota de tinta
Sobre el papel… Era
tu sangre necia que se negaba a vivir.
Solo en mis sueños,
un día, te vi abrir los ojos.
El universo entero se
abrió a mi ilusión.
Noche estrellada.
En un desierto
infinito.
Como
quien encuentra un viejo álbum de retratos en sepia
Lanza uno su mirada
al pasado distante. Ahí estás…
Del otro lado del
tiempo. En aquel mundo que no es este.
Hacía frío. Se
nota. En esa imagen, tu mirada parece de nieve.
Y de los árboles,
las hojas verdes, gruesas, parecen plateadas.
Recuerdo que al
verte decidí escalar tu tristeza.
Llegar a la cima y
lanzarme al firmamento. Sentí vértigo.
Me encomendé a mis
rodillas y eché a andar.
El mundo era blanco
y puro, lleno de afilados desfiladeros.
Así fue la noche
que conocí tus ojos; el aire frío cortaba mi frente.
La ciudad, saturada
de rumores y cuerpos y fantasmas
Estaba adornada de
humaredas incontables, de chimeneas inútiles.
Te acompañé a tu
casa. Ya entonces empezaste a abandonarme.
Mientras caminaba,
de regreso a casa, vi a un hombre morir.
Los árboles
consternados por la suerte de los ingenuos
Lloraban aquella
muerte. Un alud se precipitó en mi alma.
Las orquídeas
bogotanas dormían su blanco silencio.
Me senté a llorar
del frío, con mis labios congelados.
Todo en ese lugar
me pedía que huyera; sin mirar atrás.
Tú, la ciudad, la soledad
Esta calle está
condenada a la memoria de tus pasos.
Por esta otra puedo
andar vendado, y seguir tu perfume.
La gente que anda,
a juicio de mi ilusión, no existe.
De aquella mujer
acaso alcanzo a ver un gesto de tu mano.
Esta casa, aquel
edificio, aquella ventana; ¿dónde estás?
Todo este
cementerio, todos estos fantasmas; no puedo encontrarte.
El cielo huele a tu
ausencia. En esa banca no estás sentada.
Todos ellos
deambulan ajenos a esta ciudad. En sus guías turísticas
Repasan las
oraciones cotidianas. Unos a otros se miran mudos
Recitan sus
libretos y siguen sus cursos.
Óscar Alfonso
Enero de 2016
Óscar Alfonso
Enero de 2016
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